La verdad sobre el rol de madre como profesión es que puede ser un poco ingrata, sobre todo cuando nuestros hijos son muy pequeños. En un lugar de trabajo tradicional, el jefe reparte premios al “empleado del mes”. O nos “coloca frente a la cara” la posibilidad de una bonificación adicional de Navidad para motivarnos. Mis hijos pequeños me han puesto sobre la cara una variedad de cosas a veces, pero la mayoría de ellas han sido sustancias viscosas, y ninguna se ha parecido ni remotamente a billetes o cheques.
Quizá, si somos empresarias, nos demos un “gusto” como recompensa cuando alcanzamos un determinado objetivo. Una conferenciante mencionó que, una vez que alcanzó cierto objetivo profesional, se regaló un viaje a su balneario favorito, una experiencia que llevaba años en su lista de deseos profesionales. Para ella, ese viaje significaba haber “triunfado”.
Entonces, ¿cómo podemos seguir avanzando por las trincheras de la maternidad de forma casi anónima sin desanimarnos? (No digo que ser madre sea siempre un camino duro, pero puede serlo). ¿Cómo sabemos que hemos “triunfado”? Al fin y al cabo, todo el mundo necesita que alguien nos diga “bien hecho” de vez en cuando, ¿no es cierto?
La respuesta corta es un “sí” rotundo, pero la respuesta larga es un poco más compleja.
Si realmente creemos que no podemos seguir haciendo un buen trabajo sin un reconocimiento, a menudo nos decepcionaremos. Puede que nuestro marido no se dé cuenta de que hemos fregado el piso por primera vez en meses, y eso nos haga pensar que es un patán desagradecido. O la tía Mildred haga otro comentario pasivo-agresivo sobre lo mucho mejor que fulanita mantiene a sus hijos con un aspecto decente (por cierto, probablemente hace el mismo comentario a fulanita), a pesar de que hemos estado haciendo un esfuerzo monumental para pasar un cepillo por el cabello enredado de nuestros hijos todos los días mientras evitábamos que entrara en erupción nuestro Vesubio personal de toda la ropa que necesita lavarse.
La verdad es que el Señor “no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero [el Señor] mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Nuestros pisos relucientes y nuestras impecables trenzas francesas significan muy poco si nuestro corazón está lleno de frustración porque nadie nota el esfuerzo que hacemos. Por otro lado, cuando elegimos la excelencia en lo que hacemos como madres (comoquiera que el Señor nos lo haya revelado, porque podría ser muy diferente a una casa siempre limpia y un cabello bien peinado), siempre nos espera un “bien hecho” en las páginas de las Escrituras.
En Efesios 6:7-8, Pablo exhorta a los esclavos a “[servir] de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ese recibirá del Señor, sea siervo o sea libre”. Sabemos por Romanos 6 (y muchos otros pasajes) que somos “[siervas] de Cristo” de la mejor manera posible, lo que significa que este acto de trabajar para la aprobación de Dios y no de “los hombres” se aplica a todos. Y viene con la promesa de una retribución del bien por parte del Señor: el mejor “bien hecho” que existe. No solo eso, sino que tenemos un modelo bíblico en Tito 2 para rodearnos de la clase de mujeres que nos animarán en nuestro objetivo de “tener éxito” en la profesión de ser madre. A veces es difícil encontrar ese tipo de sabiduría personalmente (yo oré por este tipo de mentoras durante años antes que el Señor trajera a varias mujeres que estaban dispuestas a derramar su sabiduría y estímulo en mi vida), pero para eso están los libros, los pódcasts y los blogs. (Lo que quiero decir es que estoy segura de que Rut se alegró de contar con Noemí porque desde luego no tenía acceso a todos los recursos que tú y yo tenemos hoy). Sobre todo, para eso está la Biblia.
Oportunidades para recibir y dar aliento como madres abundan, pero también hay distracciones. También están las comparaciones, el “egoísmo” y la “vanidad” (Filipenses 2:3, NVI). Después de todo, ¿qué pasa si ser madre no es lo mío? ¿Y si no es en eso donde obtengo mi principal validación? ¿Y si realmente siento que fui llamada a algo diferente, más grande, más elevado?
Estoy a punto de incomodar a muchas al expresar esto, pero te lo diré sin rodeos: si ya eres madre, ninguna otra profesión que puedas pretender durante tu etapa principal de madre puede superar a la de tu trabajo como madre. ¿Por qué? Porque ninguna otra cosa tiene el potencial de influenciar las almas eternas de los preciosos seres humanos que te han sido confiados (y a nadie más) tanto como el acto de adoración que es dejar de lado tus otros intereses para concentrarte en amar bien a tu familia.
Esto no quiere decir que ser madre sea la vocación más elevada que existe. No lo es. La soltería puede ser igual de sagrada. No tener hijos puede honrar a Dios. Si eres mujer y no eres madre, no estás disminuida en tu capacidad o valor.
Sin embargo, si ya somos madres y no estamos dando prioridad a ese trabajo, alguien está sufriendo como resultado. (Te doy una pista: nosotras mismas además de nuestros hijos.) No solo eso, sino que estamos menospreciando nuestra profesión de madre de una forma que (es de esperar) nunca haríamos en ningún otro ámbito de nuestras vidas. Cuando veo memes de “madres mediocres” que explican que para sobrevivir al cuidado de tus hijos debes beber durante el día o esconderte en el armario y comerte un paquete de galletas de chocolate mientras tus hijos corren por todos lados de la casa sin restricción ni control, no puedo evitar preguntarme si esta sería la misma forma en que esta persona afrontaría situaciones comparables en su trabajo “real y formal”.
Texto extraído del libro M de Mamá: Cómo ser una madre excelente en Cristo, por Abbie Halberstadt.