Por Mark Jobe

A nadie le gusta atascarse. En lo personal, detesto el sentimiento de estar atrapado en el tráfico, en una larga fila en el aeropuerto, en un espacio de estacionamiento bloqueado o en una de las clásicas tormentas de nieve de Chicago. Tal vez, si eres como yo, hasta comienzas a pensar que el semáforo no está funcionando porque tarda demasiado en ponerse en verde. Incluso tenemos palabras clínicas que describen la ansiedad y el estrés que produce el sentirse atascado. La “cleitrofobia” (una palabra excelente para un concurso de ortografía) es la fobia de quedar atrapado, encerrado, en un lugar sin salida; es el miedo a atascarse. A pesar de nuestra fuerte aversión a sentirnos atrapados, incontables personas (de las que, quizás, formes parte tú) viven infelices en las condiciones más detestables… atascados en la vida.

Nicholas White, un gerente de producción de treinta y cuatro años, regresaba de su hora de descanso un viernes por la tarde cuando el elevador de su oficina en Nueva York se detuvo entre dos pisos. No llevaba consigo ni su reloj, ni un teléfono celular, ni agua, ni comida… tan solo un paquete de pastillas para el estómago.

Dio vueltas por el elevador, gritó, golpeó las paredes y hasta intentó salir por el techo. Finalmente, logró abrir por la fuerza las puertas, solo para encontrarse con una pared de ladrillo. Casi dos días más tarde, llegó al punto de quiebre. Aunque no era un hombre religioso, White oró por ayuda. El domingo, a las cuatro de la tarde, casi delirando de sed y, para ese momento, resignado ya a su destino, escuchó una voz en el intercomunicador que preguntaba si había alguien allí. Finalmente, llegaron los paramédicos y lo rescataron. Llevaba atrapado cuarenta y una horas.

White no sufrió efectos secundarios físicos prolongados después de su experiencia en el elevador, pero, por su propio testimonio, sabemos que le produjo una fuerte angustia emocional. Nunca se supo por qué se detuvo el elevador. Durante las semanas siguientes a esta terrible experiencia, perdió su empleo en el que llevaba quince años, perdió todo contacto con sus antiguos colegas, perdió su apartamento y se gastó todos sus ahorros. Más adelante, reconoció: “Lo que me transformó no fue tanto la experiencia en el elevador, sino más bien mi respuesta a esta”.

¡Qué extraordinaria lección! Lo que nos transforma no es tanto el atascarnos, sino más bien la forma en que respondemos a esto.

A menudo, es difícil identificar las cosas que nos atrapan y que nos mantienen atrapados. Al igual que el monóxido de carbono, son difíciles de detectar, pero letales si no lidiamos con ellas. Nicholas White no sabía por qué su elevador se había dejado de mover, tampoco Troy Fredrickson supo en el momento por qué estaba tirado en el piso de su casa, sin apenas fuerzas para arrastrarse hasta la puerta.

Hace unos años, Fredrickson, jefe de una pequeña estación de bomberos, y su esposa se despertaron porque su hijita se estaba quejando de un malestar general y de vómitos. Fredrickson tenía un ligero dolor de cabeza también, pero ayudó a su hija a bañarse y a cambiar las sábanas de su cama. Unos minutos más tarde, su ligero dolor de cabeza se convirtió en una pesadilla, peor que la migraña más fuerte de su vida. Fredrickson iba subiendo las escaleras para buscar algún medicamento cuando su entrenamiento como bombero se hizo notar. Inmediatamente, se dio cuenta del problema. Él y su hija estaban sufriendo de intoxicación por monóxido de carbono como resultado de un horno descompuesto. De inmediato, corrió hacia la puerta de la casa, pero se desmayó antes de llegar. Cuando recobró el conocimiento, a duras penas pudo arrastrarse hasta la puerta y abrirla. Después de salir, tuvo que esforzarse por mantenerse consciente hasta que llegó alguien para ayudar. Más adelante, Fredrickson reflexionó: “Si no fuera por mi entrenamiento, seguramente habríamos pensado que se trataba de una gripe y nos habríamos vuelto a dormir. Nos habríamos muerto dormidos”.

Estas palabras, “nos habríamos muerto dormidos”, podrían aplicarse a cualquiera que lleva demasiado tiempo atascado en la vida. Si permaneces demasiado tiempo atrapado en el aire tóxico del estancamiento, te morirás dormido. Puede que lleves atrapado tanto tiempo que sientas que has perdido la energía mientras te esfuerzas por arrastrarte hasta la salida.

Tal vez sientas que necesitas urgentemente una bocanada de aire fresco espiritual. Lo más probable es que ya hayas pasado por este desafío de estar atascado, de manera que conoces el sentimiento y has vivido ya la frustración.

Desatascarse no significa cambiarte de domicilio, cambiar tu estado civil, encontrar un nuevo trabajo, cambiarte de iglesia, conseguir otro socio en el trabajo, alterar el color de tu cabello, cambiarte de carrera en la universidad ni hacerte un nuevo tatuaje. Lo que sí significa es comenzar a tomar nuevas decisiones en medio de tus circunstancias actuales. Para la mayoría de nosotros, significa tener un nuevo encuentro con Dios que exponga nuestros problemas y que nos despierte a la nueva etapa a la que Él nos está llamando.

Durante casi tres mil años, se ha relatado la historia de Elías y de la cueva. El reconocido profeta es una importante figura en el judaísmo, en el islam y en el cristianismo. Miles de personas visitan todos los años la cueva de Elías en Haifa, Israel (que no debemos confundir con la cueva de la que trata este libro). En las familias judías de todo el mundo, todas las semanas se pronuncia el nombre de Elías en un ritual que marca el final del día de reposo (el sabát). Se considera a Elías uno de los profetas más importantes que caminó sobre la tierra. Su aventura hasta esta cueva infame y su extraordinaria experiencia en ella forman uno de los relatos más emocionantes de la historia universal.

La experiencia de Elías en la cueva se convirtió en el momento decisivo que redefinió su futuro. En ella, cualquiera que luche con la frustración de estar atascado en la vida encontrará inspiración y lecciones prácticas. Esta es una historia sencilla, pero profunda, de un hombre que superó su cueva.

Me sorprende el número de personas que en verdad están atascadas, que dejan la vida pasar de largo y que se sienten frustradas ante el futuro. No están atrapadas en un sentido físico, como Nicholas White en su elevador de pesadilla ni como Troy Fredrickson en su hogar lleno de gases venenosos. Están atrapados en un sentido mucho más grave; no entre pisos, sino más bien entre este momento y el siguiente. Muchos han vivido durante tanto tiempo en este entorno sofocante y rancio que ni siquiera pueden recordar cómo se siente respirar el aire del exterior. Espero que comiences a llenar tus pulmones del aire fresco de esta nueva etapa y que des los primeros pasos para salir de tu propia cueva.

 * Artículo adaptado del libro Sal de la cueva.