Por: Robert Wolgemuth

El marido de Eva sabía que no debía comer del árbol. Si pudiéramos haberlo llevado aparte en ese momento dramático, y le hubiéramos entregado un examen sobre la ética de comer el fruto, habría superado la prueba. Pero cuando Eva le ofreció ese primer mordisco, el hombre falló.

Tú y yo nos enorgullecemos a menudo de la claridad de nuestro pensamiento. Parece que hacemos análisis desapasionados, que con cuidado construimos elaborados escenarios como piezas de rompecabezas. Esta afirmación lleva a esa afirmación, lo cual nos lleva a la siguiente afirmación. Y a la próxima.

A primera vista, esto parece algo bueno. El problema viene cuando las decisiones deben tomarse en el momento, y nuestra imprudencia nos empuja a hacer caso omiso a lo que en nuestros corazones sabemos que es correcto. Y verdadero.

Cuando David vio a Betsabé bañándose, no olvidó la prohibición de Dios contra el adulterio (más sobre David y Betsabé después). Creyendo que su posición como rey le proporcionaría lo que iba a necesitar para «solucionar esto después», hizo caso omiso a la ley de Dios y al pinchazo de su conciencia, y se acostó con la mujer.

¿Te preguntas si el rey pudo olvidar esta horrible farsa en las semanas siguientes? En realidad, dada la disposición de David de usar su poder para abusar de la esposa de su prójimo, y luego para cubrir el hecho haciendo asesinar al esposo, pareciera que hizo bien las cosas. El orgulloso y fácilmente distraído rey se ocupó de sus deberes reales. Estuvo ocupado, atareado, ajetreado. Entonces, un día, el profeta Natán le arruinó la fiesta al enfrentarlo con la verdad.

Una vez que David supo que lo habían descubierto, lo abrumaron emociones (que en primera instancia debieron haberle gritado). Una lectura de Salmos 51 muestra un mural de tamaño natural del profundo arrepentimiento de David por haber tomado una mala decisión (en realidad, dos malas decisiones).

A veces creemos la mentira de que Dios no se enterará de lo que hacemos. En ocasiones creemos la mentira de que a Dios no le importará. Invariablemente creemos la mentira de que de algún modo el asunto se solucionará, por lo que seguimos adelante y hacemos lo que queremos hacer.

De regreso al huerto, Adán sabía que a Dios no le agradarían sus acciones, y que él y Dios no estaban de acuerdo; tal vez en ese momento Adán fue tan necio como para creer que su comportamiento era correcto y que el de Dios era incorrecto... o al menos que podía seguir adelante con esa decisión desobediente, que podía salir del lío, y que Dios comprendería y lo perdonaría.

En los capítulos que siguen reflexionaremos en las clases de mentiras que los hombres creen. A medida que leas, por favor, no pierdas de vista la razón de por qué somos susceptibles a creerlas. El origen del problema es el orgullo. Nos consideramos serios y en control. Nos creemos más sabios que el Dios que planeó todas las cosas desde el principio hasta el final.

Pensamos que podemos ver el futuro, desobedeciendo a Dios y creyéndonos a nosotros mismos.

Sin embargo, estamos llamados a ser soldados obedientes del reino de Dios. Estamos llamados a caminar con Él como pastores y esposos amorosos que tratamos de reflejar a nuestro Buen Pastor, como padres que intentamos irradiar el carácter de nuestro gran Padre, o tan solo como hombres que simplemente queremos vivir una vida santa. Debemos llevar cautivo todo pensamiento y toda emoción a la obediencia a Cristo (2 Co. 10:5).

Extraído del libro Mentiras que los hombres creen