Por: Nancy DeMoss Wolgemuth

Procura cultivar una percepción fuerte y entusiasta de la inmensa bondad de Dios en tu vida diaria.

ALEXANDER MACLARE

¡Gracias! 

Esta palabra probablemente fue una de las primeras que dijiste. 

Mientras escribo este libro, una joven familia está viviendo con nosotros por un tiempo prolongado, entre tanto hacen los trabajos de remodelación en la casa que compraron. En este momento, su pequeña niña tiene diecisiete meses y está comenzando a decir palabras que son (casi) inteligibles. (La otra noche, mientras ella y yo “leíamos” un libro de Winnie the Pooh, dijo “Tigre” por primera vez. Fue un momento especial para su “tía Nancy” y sus padres que presenciaron el suceso). 

Antes que Katelynn cumpliera un año, su mamá y su papá habían comenzado a enseñarle a decir “por favor” y “gracias”. Aunque todavía no puede decirlas bien, está entendiendo el concepto y se ha vuelto diestra con las señales de manos que ellos le han ense- ñado a usar para expresar “por favor” y “gracias”. 

En prácticamente todos los idiomas, “gracias” es parte del vocabulario básico. Con excepción de aquellos que tienen deficiencias auditivas o verbales, no es difícil pronunciarla. Pero hay mucha diferencia entre tener la capacidad de decir “gracias” y tener realmente un corazón agradecido. 

¿Qué lugar ocupa la gratitud en tu lista de virtudes cristianas? 

En un repertorio que debería incluir cosas como fe que mueve montañas, obediencia radical, paciencia infinita y el sacrificio de la segunda milla, para muchos, la gratitud es como un complemento opcional. Agradable si la recibes, pero sin ninguna incidencia en el buen desarrollo de la vida. 

Si en nuestra mente hay una escala de A, B y C de las características cristianas, es probable que la gratitud ocupe uno de los niveles más bajos, junto a la hospitalidad, el entusiasmo y asistir a la iglesia los domingos a la noche. Pensamos que la gratitud podría estar incluida en los modelos de lujo, pero que definitivamente no se incluye en el paquete básico, ni siquiera en la misma categoría que esas otras piezas más importantes de cristianos fuertes. 

Y sin embargo... 

Este asunto de la gratitud es mucho más importante de lo que su ligera reputación sugiere. Lo que al principio parece ser una pequeña piedra preciosa que hace juego con nuestros objetos más refinados, en realidad, es un componente mucho más importante, poderoso y necesario para nuestra vida cristiana. 

Por ejemplo, trata de mantener una fe constante —sin gratitud— y, con el tiempo, tu fe habrá olvidado cuál es la esencia de su devoción, y se convertirá en una práctica religiosa ineficaz y hueca. 

Trata de ser una persona que irradie y muestre amor cristiano —sin gratitud— y, con el tiempo, tu amor chocará fuertemente contra las escarpadas rocas del desánimo y la desilusión. 

Trata de ser una persona que dé de sí sacrificialmente —sin que la ofrenda vaya acompañada de gratitud— y descubrirás que cada gramo de gozo se pierde por entre las grietas de tu complejo de mártir. 

Como dijo una vez el pastor británico John Henry Jowett: “Cada virtud separada de gratitud está lisiada y camina con dificultad por la senda espiritual”. 

La verdadera gratitud no es un ingrediente casual. Tampoco es un producto aislado, algo que en realidad nunca interviene en la vida y que cómodamente niega la realidad fuera de su propia pequeña isla feliz en algún sitio. No, la gratitud tiene mucho que hacer en nosotras y en nuestro corazón. Es uno de los medios principales que Dios usa para inyectar gozo y optimismo a las luchas diarias de la vida.

* Extraído del libro Escoge agradecer.