Por: John MacArthur

Si examinamos la vida de los justos en las Escrituras, una característica se vuelve rápidamente evidente: todos caminaron con Dios, en dulce comunión y en sincero compromiso con Él. Los patrones de su vida correspondían con la pasión de su corazón: conocer al Señor y obedecerlo. Al igual que Enoc, caminaron con Dios en devoción privada y en compañerismo íntimo (Génesis 5:22-24). Al igual que Noé, caminaron con Dios en despliegues públicos de justicia, incluso cuando la cultura a su alrededor estaba totalmente corrompida (Génesis 6:9). Al igual que Abraham, caminaron con Él en sus decisiones personales, incluso cuando Dios los llamó a creer en promesas aparentemente imposibles (Génesis 17:1). La prioridad de su vida era honrar a Dios en todo y actuaron de forma correspondiente. 

Estos hombres fieles también llamaron a otros a caminar con Dios. Moisés y Josué, por ejemplo, recordaron en repetidas ocasiones a los israelitas que debían vivir “andando en sus caminos” (Deuteronomio 8:6; cp. 10:12; Josué 22:5). El Señor prometió a su pueblo que, si ellos caminaban con Él, Él caminaría también con ellos. Él mismo les dijo en Levítico 26: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra [...] andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (vv. 3, 12). ¡Qué promesa tan asombrosa!.

Unas pocas generaciones más tarde, el pueblo se dio media vuelta y se alejó de Dios (Jueces 2:17, 22). A partir de la época de los Jueces y hasta el cautiverio en Babilonia, los ciclos de desobediencia nacional y de castigo divino plagaron a Israel. Siguió habiendo quienes caminaron con Dios... líderes como David (1 Reyes 3:14), Ezequías (2 Reyes 20:3) y Josías (2 Reyes 22:2; 23:3). Sin embargo, la mayoría de los gobernantes de la nación anduvieron en caminos de idolatría y de inmoralidad (ver 2 Reyes 8:18; 10:31; 16:3; 21:21). Aunque los profetas los llamaron continuamente con palabras como “caminaremos a la luz de Jehová” (Isaías 2:5; cp. Jeremías 26:4; Ezequiel 20:19; Oseas 14:9; Miqueas 4:5), el pueblo no los escuchó. Como resultado, tanto el reino del norte como el del sur terminaron por caer ante sus enemigos. 

El rey David en especial conoció la importancia crítica y el gozo inimaginable de caminar con Dios. Él mandó a su hijo Salomón a hacer lo mismo (1 Reyes 2:3) y, este, al menos al principio, pareció deseoso de seguir la instrucción de su padre (1 Reyes 8:58). Por tanto, no es de sorprender que los libros de Salmos y Proverbios estén llenos de exhortaciones a andar en los caminos de Dios (p. ej.: Salmos 81:13; 119:3; 128:1). Los hombres que hacen esto andan en integridad (Salmos 15:2), sin mancha (Salmos 101:6) y conforme a los mandamientos de Dios (Salmos 119:1, 35). No siguen las sendas del malvado (Salmos 1:1; Proverbios 4:14), sino que andan en rectitud (Proverbios 14:2) y en sabiduría (Proverbios 28:26). Como resultado, reciben la bendición de Dios. Salomón lo expresó de esta manera: “Abominación son a Jehová los perversos de corazón; mas los perfectos de camino le son agradables” (Proverbios 11:20). 

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, caminar con Dios sigue siendo un tema destacado. Los creyentes no deben andar según la carne (Romanos 8:4) ni según la antigua manera de vivir (Efesios 4:17). En cambio, deben andar en el Espíritu (Gálatas 5:16, 25), en novedad de vida (Romanos 6:4), en amor (Efesios 5:2), en buenas obras (Efesios 2:10), en verdad (2 Juan 4) y en una manera digna del Señor (Colosenses 1:10; 1 Tesalonicenses 4:1). Deben caminar por fe (2 Corintios 5:7), como hijos de luz (Efesios 5:8; 1 Juan 1:7), como sabios (Efesios 5:15), conforme a los mandamientos de Dios (2 Juan 6), tal como Cristo mismo anduvo (1 Juan 2:6). Mientras corren la carrera de la fe, deben mantener su vista en Cristo (Hebreos 12:2). También pueden encontrar ánimo al mirar atrás a los ejemplos fieles de los santos del Antiguo Testamento (Hebreos 11:1–12:1). 

Al igual que los creyentes de la época bíblica, los hombres cristianos en la actualidad son llamados a caminar en obediencia, en verdad y en piedad. Por supuesto, nada en este mundo facilita esta labor. La cultura va de mal en peor, y la iglesia, en muchos casos, se ha vuelto débil y superficial. Los que defienden la pureza personal y doctrinal a menudo son acusados de estar fuera de sintonía o de ser poco amorosos. La tentación de claudicar es grande. Sin embargo, Dios está buscando a los que han de permanecer fieles. En 2 Crónicas 16:9 se nos recuerda: “Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”. Las acciones de los hombres piadosos no están dictaminadas por la presión de los demás ni por la opinión pública. En cambio, se derivan de un profundo carácter y convicción personales, forjadas a través de años de caminar con el Señor en comunión íntima y en obediencia sumisa. 

* Extraído del prólogo del libro Hombre verdadero.