Nancy DeMoss Wolgemuth

Quiero que conozcas algunas verdades liberadoras, que son una continua fuente de bendición para mí. Estas verdades constituyen una base firme y un muro de protección para mi mente, mis emociones y mi voluntad. Medita en ellas, decláralas en voz alta, una y otra vez, hasta que tu manera de pensar esté en armonía con el pensamiento de Dios.

  1. Dios es bueno (Salmos 119:68; 136:1). Sin importar las circunstancias, lo que sintamos o pensemos, Dios es bueno. Todo lo que Él hace es bueno.
  2. Dios me ama y quiere lo mejor para mí (Romanos 8:32, 38– 39). Dios no nos ama porque seamos dignas, sino porque Él es amor. Nada podemos hacer para merecer o ganarnos Su amor.
  3. Estoy completa y sin mancha delante de Dios (Efesios 1:4– 6). Tal vez hayas sido víctima de algún rechazo en el pasado; pero, si estás en Cristo, Dios te ha concedido la gracia de adoptarte como Su hija.
  4. Dios es suficiente (Salmos 23:1). Si lo tenemos a Él, tenemos todo lo necesario para gozar de paz y felicidad, ahora y siempre.
  5. Dios es digno de confianza (Isaías 26:3– 4). Dios cumple Sus promesas. Él prometió que nunca nos desamparará, ni nos dejará (Hebreos 13:5). Los que confían en Él jamás serán defraudados.
  6. Dios nunca se equivoca (Isaías 46:10). Dios siempre cumple Sus propósitos eternos, y ningún error humano puede impedirlos. Dios no se equivoca en la vida de sus hijos. Todo lo que Él permite y orquesta en nuestra vida tiene un propósito.
  7. La gracia de Dios es suficiente para mí (2 Corintios 12:9). Como hijas de Dios, nunca enfrentaremos situaciones que excedan Su gracia. Donde el pecado abunda, Su gracia sobreabunda. En mis debilidades, Él es fuerte. En todo tiempo, Su gracia es suficiente.
  8. La sangre de Cristo es suficiente para limpiar todo mi pecado (Salmos 130:3– 4;1 Juan 1:7). El sacrificio de la sangre de Cristo es suficiente para perdonar y limpiar todos los pecados que he cometido o que podría cometer.
  9. La cruz de Cristo es suficiente para vencer mi naturaleza pecaminosa (Romanos 6:6– 7). Gracias a la muerte de Cristo y en virtud de mi unión con Él, ahora soy libre del dominio y el poder del pecado.
  10. No hay razón alguna para vivir atormentada por mi pasado (1 Corintios 6:9– 11). Por medio de Cristo, el peor de los pecadores puede ser lavado y santificado. Si estás en Cristo, has sido lavada por Su sangre, apartada para Sus propósitos santos y declarada justa a los ojos de Dios.
  11. La Palabra de Dios es suficiente para guiarme, enseñarme y sanarme (Salmos 19:7; 107:20; 119:105). La Palabra de Dios es viva y eficaz, medicina para el corazón afligido y paz para las mentes atormentadas. Es lámpara a nuestros pies y luz en nuestro camino. Cualesquiera que sean nuestras circunstancias, la Palabra de Dios es suficiente.
  12. Dios me da el poder de hacer todo lo que me ordena por medio de Su Espíritu Santo (1 Tesalonicenses 5:24; Filipenses 2:13). Gracias al poder sobrenatural del Espíritu Santo, podemos perdonar, ser canales de Su amor, dar gracias en toda circunstancia y tener una vida de contentamiento.
  13. Yo soy responsable delante de Dios por mi conducta, mis actitudes y mis elecciones (Ezequiel 18:19– 22). Cuando asumimos la responsabilidad personal de nuestras propias decisiones, cuando dejamos de culpar a otros o a las circunstancias somos libres del sentimiento de víctimas indefensas. Somos libres para obedecer a Dios en todo tiempo.
  14. Cosecharé lo que siembre (Gálatas 6:7– 8). Las decisiones que tomemos hoy tendrán consecuencias más adelante. Cada elección egoísta, pecaminosa o permisiva que hacemos hoy siembra una semilla que dará una cosecha de pecado y sufrimiento no solo en nuestra propia vida, sino también en la vida de otras personas y en generaciones futuras. Cada acto de obediencia es una semilla que dará una cosecha multiplicada de bendición. La cosecha no siempre se produce de inmediato, pero tarde o temprano llegará.
  15. El camino al gozo verdadero consiste en rendir nuestra vida (Mateo 16:25; Lucas 1:38; 1 Pedro 5:7). Es entregar todo el control de nuestra vida a Dios. Solo entonces veremos a Dios hacer lo que Él, y nadie más, puede hacer.

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