Cuando la Biblia habla de los «deseos carnales» que batallan contra nuestra alma, casi siempre pensamos primero en los pecados sexuales, o en las adicciones a las drogas, o en otros pecados escandalosos que están enumerados en la lista de las obras de la carne en Gálatas 5:19-21. Es cierto que tales pecados son obras de la carne, pero los deseos carnales incluyen cualquier deseo corrompido que brote de nuestra carne. El teólogo Anthony Thiselton define la carne como: «La perspectiva orientada hacia uno mismo, que persigue sus propios fines según la autosuficiencia e independencia de Dios».
¿Entendemos? La carne no es una partecita «mala» de mi ser que tengo que suprimir con mis buenas obras. Más bien, la carne consiste en la lealtad interna de todo mi ser a mis propios fines autosuficientes que persigo para vivir como si yo fuera Dios. La carne es el apego de mi mente, mi voluntad y mis afectos a la agenda del reino del yo.
La mala noticia es que, en muchas ocasiones, nuestros deseos carnales son deseos religiosos o «espirituales» encaminados hacia la exaltación de nosotros mismos. Si no me crees, piensa en Aarón y María cuando dijeron: «¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?» (Números 12:2). O piensa en el rey Uzías, quien deseaba tanto el honor de quemar incienso en el templo que «se llenó de ira» cuando los sacerdotes lo reprendieron (2 Crónicas 26:16-19). O piensa en el apóstol Pablo y cómo su deseo ardiente de sobresalir entre los demás fariseos lo llevó a entregar a la muerte a los que tenían fe en Cristo (Hechos 26:5-11; Gálatas 1:14; Filipenses 3:5-6). Con razón Jesús expuso la vanagloria que estaba detrás de la falta de fe de los fariseos: «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44). La búsqueda de «la gloria de nuestra historia» siempre generará deseos carnales —por más espirituales que parezcan— y Pedro está por descubrir lo que el Señor Jesús hará para salvarlo de ellos.
El reproche de Pedro y la reprensión de Jesús
Jesús le había declarado a Pedro: «Sobre esta roca, edificaré a mi iglesia» (Mateo 16:18). Además, les confirió a él y a los otros discípulos autoridad para representarlo en la predicación del evangelio del reino y la edificación de su iglesia. La metáfora que esclarece la delegación de esta autoridad son las llaves del reino: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:19; 18:18; Juan 20:23). Las palabras y promesas de Jesús llevan a los discípulos a creer que ha llegado —por fin— el momento para la inauguración pública del reino mesiánico de Jesús. Por eso, las siguientes palabras del Maestro les caen como balde de agua fría:
Entonces mandó [Jesús] a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto y resucitar al tercer día.
(Mateo 16:20-22)
¡No puede ser! ¡El próximo peldaño en el plan mesiánico debe ser la coronación de Jesús en Jerusalén como Rey, no su padecimiento y muerte! Pedro entiende también que no será solo el padecimiento y muerte de Jesús lo que sucederá en Jerusalén, sino ¡el suyo también, como su discípulo! «Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca» (Mateo 16:22).
Nos resulta fácil criticar a Pedro por su miopía espiritual, pero recordemos cuánto él ama al Señor Jesús y cuánto desea verlo coronado y adorado como el Mesías y Rey glorioso del Salmo 2. ¡Es inconcebible para Pedro que «sea muerto» el Cristo, el Hijo del Dios viviente! Pero sin darse cuenta, tiene su mira en las «cosas de los hombres», o sea ¡en el reino que él desea! La reprensión de Jesús es la más severa de todas las que registra el Nuevo Testamento.
Pero [Jesús], volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
(Mateo 16:23)
¿En qué tienes la mira? ¿En cuáles aspiraciones, ambiciones, anhelos y afectos pones tu mira? Todos ponemos la mira en algo, pues es parte de nuestra naturaleza humana. «Poner la mira en» algo no es una mera actividad intelectual, sino la acción de elegir nuestras prioridades. Ponemos la mira en algo atractivo que motiva e inspira las lealtades de nuestro corazón. Pedro puso su mira en la gloria del reino mesiánico de Jesús, ¡y también en la gloria que redundaría a sus discípulos leales! La mira de Pedro no contemplaba el sufrimiento y, mucho menos, la posibilidad de negarse a sí mismo.
Precisamente aquí encontramos la naturaleza verdadera de un deseo carnal. Es una «mira» —por espiritual que parezca— que contradice la Palabra del Señor Jesús. Él ya había dicho que «le era necesario ir a Jerusalén y padecer… y ser muerto y resucitar al tercer día».
Pero Pedro no tiene miedo en contradecirle. Pedro cree que su deseo es más sabio que la voluntad de Jesús y, por eso, es un deseo carnal. Entonces, ¿qué hace Jesús para salvar nuestra alma de los deseos carnales? En el ejemplo de Pedro, veremos dos cosas que Jesús hace: (1) nos reprenderá con su verdad y (2) nos pastoreará en el camino hacia la cruz.
Jesús nos reprende con su verdad
Pedro creía que el mensaje de un Mesías sufriente sería una piedra de tropiezo para la misión de Jesús, pero en realidad Pedro y el reino que él deseaba eran la piedra de tropiezo. En su intento por impedir que Jesús fuera a Jerusalén a padecer, Pedro lo expone a la misma tentación que Satanás le tendió en el desierto. Toma nota de las similitudes en
los dos pasajes.
¿Era la intención de Pedro repetirle a Jesús la misma mentira de Satanás? ¡Claro que no! Pero sin darse cuenta, se había tragado la mentira, que Jesús llama «las [cosas] de los hombres» (Mateo 16:23). ¿Has creído las mentiras de Satanás? La mentira más grande que te contará es esta: tú nunca creerías una mentira de Satanás. Si te crees inmune a las mentiras del enemigo, haz el siguiente diagnóstico de cinco afirmaciones:
1. Casi todas mis ideas son buenas.
2. El éxito en mis planes demuestra la aprobación de Dios.
3. La reprensión de Dios es para los malos.
4. Los problemas en mi vida surgen porque «alguien» no hizo lo que debía hacer.
5. Ya que conozco bien la Biblia, sé cómo manejar la tentación sin caer en el pecado.
A Satanás le encantaría que creyeras cualquiera de estas cinco afirmaciones, pues todas son mentiras. La mentira madre de todas ellas es la creencia de que nuestra «mira» es siempre pura, santa y sabia. Pero Proverbios 28:26 nos dice lo contrario:
El que confía en su propio corazón es necio.
Mas el que camina en sabiduría será librado.
¿Quién nos ayudará a caminar en sabiduría cuando Satanás nos engañe y confiemos en nuestro propio corazón? ¡El mismo Jesús! Nos reprenderá con la misma verdad con la que reprendió a Pedro: «¡Tienes la mira en las cosas de los hombres!». La severidad con la que Jesús reprende a Pedro refleja la enormidad del amor de Jesús por Pedro. Jesús sabe que Pedro nunca llegará a ser el discípulo de piedra si no puede discernir dónde tiene la mira puesta —en sus deseos carnales o en el llamado y la misión de Cristo—. De la misma manera, habrá momentos en tu vida y la mía cuando la mayor muestra de la amistad del Señor Jesús tomará la forma de una reprensión severa. Con el pasar de los años, valoro más que nunca las peticiones finales del Padre Nuestro: «No nos metas en tentación; mas líbranos del mal», porque el mal incluye mis deseos carnales. Si Jesús no me reprende con la verdad de su Palabra por medio del Espíritu Santo, terminaré creyendo las cinco mentiras del diagnóstico, y muchísimas más.
Si sigues a Jesús como su discípulo, Él te dirá la reprensión que no quieres escuchar. Corregirá tus actitudes idólatras. Confrontará tus prioridades desviadas. Expondrá tus motivaciones orgullosas. Hará todo eso y mucho más para salvarte de los deseos carnales que batallan contra tu alma. ¿Te ha reprendido el Señor Jesús en estos días, quizá por medio de las Sagradas Escrituras o por la amonestación de un amigo cristiano maduro? Si es así, ¡alaba a Jesús por una muestra tan clara de su favor!
El texto anterior es un extracto del libro Piedras Vivas: Principios de Pedro para crecer en Cristo, de Jim Adams.