Por Lydia Brownback
Tiendas de lujo frente a tiendas de descuento ¿Quién no tiene al menos una camiseta blanca de algodón? Para mayores y jóvenes, para hombres y mujeres, para el trabajo y el fin de semana, las camisetas son un básico del armario estadounidense. Se venden en percheros, pilas y paquetes de tres, livianas, de tramado fino, con cuello redondo o en v, con bolsillos o lisas, y son prendas que los minoristas de ropa tienen en stock todo el año. Independientemente de las diferencias de peso, estilo y escote, no dejan de ser camisetas blancas de algodón. Entonces, ¿por qué tantas mujeres se gastan cincuenta dólares en la versión de Ralph Lauren que se vende en una tienda de lujo en lugar de comprar un paquete de tres camisetas en una tienda de descuento por mucho menos? Porque los minoristas saben que el estadounidense promedio es presa fácil del poder de la sugestión. Los buenos anunciantes dominan ese poder; de hecho, nos dominan.
¿Qué imágenes te vienen a la mente cuando piensas en las tiendas de lujo? Riqueza, personas guapas, sonrisas sexys, cuerpos tonificados, creadores de tendencias. Por otro lado, las tiendas de descuento apelan al sentido práctico de clase media, una parte necesaria de lo mundano. Esas imágenes vienen a la mente porque los anunciantes así lo quieren. Cuando una mujer compra una camiseta de cincuenta dólares, está intentando comprar el aura que se promueve con ella. Los que compran en las tiendas de descuento sienten que han conseguido una ganga, una ventaja sobre los menos ahorrativos. Los compradores de las tiendas de descuento están comprando un sentimiento de superioridad y logro. El poder de la sugestión funciona porque apela a nuestros deseos. De hecho, ha funcionado tan bien que ahora domina nuestra cultura en todos los ámbitos de la vida.
Sin embargo, esto no es nada nuevo. Se remonta al comienzo de la historia de la redención en el huerto del Edén, donde el primer representante de marketing exitoso fue una serpiente. Todo comenzó un día como cualquier otro mientras Adán cuidaba del huerto y Eva lo ayudaba. Había mucho que comer y beber, y los dos vivían en comunión ininterrumpida con Dios. Vivían en paz porque Dios había dado instrucciones para tener una vida feliz en el huerto. Adán y Eva tenían libertad de acción para hacer uso de todo lo que había allí, excepto de un solo árbol, el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios había dejado claro que, si comían de ese árbol, morirían. No obstante, podían disfrutar del resto de la variedad de frutos del huerto. Fue en ese escenario perfecto donde Satanás, disfrazado de serpiente, apeló a la codicia de Eva.
Un vistazo a la vida de Eva nos lleva a preguntarnos por qué habría sido susceptible a la tentación, qué anhelos insatisfechos podrían haberse cultivado en sus deseos codiciosos. En ese momento, su vida era absolutamente perfecta. Dios le había proporcionado todo lo que necesitaba. A diferencia de nosotras, ella no tenía preocupaciones financieras ni de vestimenta. No tenía problemas de relaciones. Aún no tenía hijos que criar. La única tarea de Eva era disfrutar de la vida en el huerto en compañía de Dios y Adán. Dios se había ocupado de su bienestar en todos los sentidos. Eva no tenía excusa para pecar.
Sin embargo, para que no nos apresuremos a juzgar a Eva, debemos recordar que, a pesar de nuestros problemas, no tenemos más excusa para pecar que ella. A menudo buscamos excusas y circunstancias atenuantes para echar la culpa de lo que hacemos a otros factores. Culpamos a los problemas relacionales, las dificultades financieras, las hormonas, el exceso de trabajo y los deseos insatisfechos de un tipo u otro. Nuestras excusas son infinitas, pero no debemos permitir que tales cosas nos engañen a pecar, porque Dios proporciona lo necesario para el completo bienestar de las mujeres de hoy, tal como lo hizo con Eva. La Biblia señala: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3). Por tanto, puesto que se nos ha dado todo lo que necesitamos, nuestros problemas no tienen por qué ser nunca causa para pecar, como tampoco lo fue para Eva.
Así que, puesto que las circunstancias difíciles no llevaron a Eva a caer, ¿qué lo hizo? Pecó por la misma razón que nosotras: quería algo que no tenía.
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis (Gn. 3:1-3).
Lo primero que hizo la serpiente fue llevar a Eva a pensar en lo único que no tenía. Intentó que apartara sus ojos de todas las bendiciones que tenía para sembrarle la idea de la privación. La tentación viene a nosotras precisamente de la misma manera y, cuando lo hace, nos lleva a cuestionar la bondad de Dios y la verdad de sus palabras.
* Artículo extraído del libro De mujer a mujer: 23 mujeres de la Biblia hablan a la mujer de hoy.