Por: Karla de Fernández

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor (1 Juan 4:18).

Solo un amor tan grande como el de Dios echará fuera el temor que pueda existir en nuestros corazones. Una correcta apreciación del temor de Dios, con la ayuda del Espíritu Santo morando en nosotras, nos llevará cada día a temer menos a las personas. Dejaremos de buscar su aprobación y admiración. Dejaremos de poner nuestra confianza en ellas. Dejaremos de necesitarlas.

Sin embargo, hay un problema con el temor a las personas y con la sed de aprobación que eso produce, y es que siempre nos acompaña, a dondequiera que vayamos. El temor a otros irá con nosotras si no logramos vencerlo.

Sin importar dónde nos encontremos o los medios donde nos desenvolvamos, estaremos buscando cumplir las expectativas de otros. Al mismo tiempo, trataremos de alcanzar estándares que nos hemos fijado acerca de cómo las demás personas deberán vernos y tratarnos, pero también de cómo debiéramos comportarnos para alcanzar esa aprobación.

De esa forma, saciamos temporalmente nuestra sed de aprobación al sentirnos necesarias, aprobadas, amadas y aceptadas por aquellos a quienes hemos temido, los cuales hemos puesto al nivel de Dios. En efecto, hemos dejado de temer a Dios por temer a las criaturas que Él creó a su imagen y semejanza.

Nuestra necesidad de ser aprobadas muy probablemente es porque, además de sentirnos admiradas, necesitadas y controladas, también nos hace sentir felices, seguras, útiles y nos da una razón por la cual nos esforzamos día a día. Sin duda, necesitamos de un Salvador, necesitamos a Cristo para que su imagen con la que fuimos creadas y la identidad que fue distorsionada con el pecado sean restauradas en nosotras.

Necesitamos el evangelio para vivir en el temor del Señor:

Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. [...] Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida (Romanos 5:6, 8‐10).

Lo que se inició en el Edén, con un engaño que distorsionó la imagen de Dios en Adán y Eva y rompió la comunión perfecta con Dios, fue vencido en la cruz con la muerte de Cristo, su sepultura y su resurrección.

Por su gracia, ahora estamos siendo perfeccionadas porque: «el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (Filipenses 1:6). Por su gracia nos estamos pareciendo cada vez más a Cristo: se está formando su carácter en nosotras.

Necesitamos conocer a nuestro Dios porque, si crecemos en el conocimiento de Él —su carácter, sus atributos, nuestra identidad en Cristo y cómo Él nos ve ahora que hemos recibido la salvación de nuestros pecados—, le amaremos más, le temeremos correctamente y nuestras relaciones con otros en esta tierra serán transformadas.

Todos los días experimentaremos una lucha constante en nuestra mente y corazón. Por eso necesitamos permanecer en la Palabra y en oración, y recordar una y otra vez que ya no somos esclavas del pecado porque ya no reina sobre nosotras.

Ahora le pertenecemos a Dios por medio de Cristo, porque su obra fue suficiente. Podemos deleitarnos en Él y estar completas en Él, buscando su aprobación y ser agradables a sus ojos, con temor a Él por quién es Él.

Extraído del libro El temor y nuestra sed de aprobación.