Por: Christina Fox.

¿Alguna vez has pasado semanas, o incluso meses, planificando algo... y al final se frustró? Algo inesperado se interpuso en tus planes perfectamente trazados y eso reveló el poco control que tienes de las cosas. Te sentiste inútil e impotente. Eso me pasó en unas vacaciones recientes para celebrar el Día de Acción de Gracias. 

Alquilamos una cabaña en las montañas donde nuestra familia podía reunirse para celebrar ese día festivo. Era una hermosa cabaña de troncos con una chimenea de piedra y un gran porche delantero que ofrecía una clara vista de las montañas. Hacía mucho frío, pero el día estaba despejado y soleado. La familia había viajado durante horas para reunirse y celebrar con nosotros. 

En las semanas previas al viaje, planifiqué los menús y tomé en cuenta cuidadosamente las necesidades y preferencias dietéticas de cada uno en particular. Pensé́ en lugares donde podríamos ir y cosas que todos, sin importar su edad o habilidad, podrían realizar. Quería hacer caminatas, probar restaurantes y explorar las pintorescas tiendas de regalos. Sobre todo, estaba emocionada de pasar tiempo con familiares que no suelo ver a menudo. 

¿Adivina qué pasó? Se comenzó́ a enfermar una persona tras otra, incluso yo. Pasé los últimos días de nuestras vacaciones en la cama. Y me perdí́ por completo una de las actividades que había planeado que hiciéramos todos. Las vacaciones que tanto había planificado y preparado seguramente quedarán registradas en los libros de nuestra historia familiar como “el Día de Acción de Gracias cuando todos nos enfermamos” y no como “las vacaciones meticulosamente planificadas”. 

A menudo necesito una interrupción como esa para recordar que no tengo el control de las cosas. Que no lo tengo todo resuelto. Que dependo de otros. Esta es una verdad que también he tenido que enfrentar como madre en innumerables ocasiones. De hecho, si hay algo que ser madre me ha enseñado es que sola no puedo hacerlo todo. Necesito ayuda. Esta es una realidad humillante para mí, ya que siempre he sido una persona independiente. Cuando tengo un objetivo, trabajo duro y trato de lograrlo. Puedo buscar consejo o ayuda a lo largo del camino, pero a fin de cuentas sé que, si quiero llegar a la meta, tengo que hacer lo que haga falta. 

Enfrenté mi experiencia como madre de la misma manera. No soy del tipo de persona que se deje llevar por los sentidos; me gusta estar preparada. Así que me compré todos los libros, estudié todos los métodos y leí́ todas las investigaciones. Me dediqué al tema de la misma manera que lo hice con un proyecto de la universidad. Me entregué de lleno, así́ como lo hice en mi trabajo. Sin embargo, a diferencia de otras cosas en mi vida, ser madre no cabe en un solo molde. Mis hijos no siempre se ajustaban a lo que decían los libros. Más de una vez, los métodos fallaban. Las investigaciones a menudo parecían estar equivocadas. 

En consecuencia, aprendí una lección. Como las estrías que han quedado grabadas para siempre en mi piel, ser madre me llevó al límite de mis fuerzas, más allá́ de lo que era capaz de soportar. Aprendí que era débil e insuficiente y que no podía depender de mis propios recursos o mis propias fuerzas. No podía depender de mi propia sabiduría. No podía encontrar ayuda y esperanza estudiando los métodos. No podía hacer que todo funcionara bien en mi vida. 

Necesitaba a Jesús. Por supuesto, siempre había necesitado a Jesús; todas lo necesitamos en cada etapa de la vida. Es solo que Dios a menudo usa la experiencia de ser madre, con todos sus retos y dificultades, para poner esa necesidad frente a nuestros propios ojos. 

Ser madres revela nuestra necesidad de un Salvador. Sin importar la etapa en la que se encuentren nuestros hijos —infancia y niñez temprana, adolescencia o cualquier otra etapa—, necesitamos que Jesús nos ayude. Necesitamos que Jesús sea nuestra fortaleza y sabiduría, que nos salve y nos rescate de nosotras mismas, y que sea nuestra constante a través de los altibajos de ser madres. En cada etapa, el evangelio se vuelve mucho más bello, valioso y profundo para nosotras. 

* Extraído del libro Esperanza para el corazón de una madre.