Por Patrick Morley
La mayoría de los problemas en el matrimonio desaparecerían si tan solo les habláramos a nuestras esposas con la misma benignidad, cortesía, consideración y respeto con que les hablamos a nuestros compañeros de trabajo.
Una vez terminada toda luna de miel, es necesario hacer ajustes. Es una nueva temporada para establecerse, formar un hogar, forjar una vida juntos, entender las necesidades del otro, sincronizar las vidas de ambos y encontrar un ritmo para vivir juntos.
Ambos fijan algunas reglas básicas, descubren los puntos débiles del otro y cómo no presionarlos. Responden este tipo de preguntas: ¿Cómo va a ser el reparto de labores en nuestra casa? ¿Cómo nos apoyaremos mutuamente? ¿Cuál es el lenguaje del amor de mi cónyuge? ¿Cuál es la mejor manera de animarnos, fortalecernos y consolarnos uno al otro, y sacar tiempo para hacerlo?
Ambos planifican la vida sexual, cuántos hijos van a tener, el trabajo y el manejo del dinero. Aprenden a resolver conflictos, descubren que no pueden controlar uno al otro y ser felices, y ejercitan la importante habilidad de pedir perdón y perdonar. Además, aprenden a sacar tiempo para divertirse juntos. Hay mucho con qué lidiar.
Al final de nuestro primer año de matrimonio, hemos visto sacudida por la realidad nuestra noción romántica de cómo sería compartir una habitación. En cierta ocasión le oí decir a la escritora Florence Littauer: «Nos sentimos atraídos a casarnos con las fortalezas del otro, pero luego vamos a casa para vivir con sus debilidades».
El problema #1 y la oportunidad #1 para la mayoría de los hombres
Ningún hombre planea fracasar en el matrimonio. Ninguno se ha casado pensando: Me pregunto cuánto tardaré en arruinar esto. Todo varón que ha hecho votos maritales se ha imaginado a sí mismo cuidando y protegiendo heroicamente a una mujer por la que estaría dispuesto a dar la vida.
Pero a pesar de nuestras intenciones, si ponemos los problemas matrimoniales de los hombres en una pila y todos los demás problemas que enfrentan en una segunda pila, la pila matrimonial por sí sola sigue siendo más alta que todos los demás problemas masculinos combinados.
Es fácil ver que el problema principal de la mayoría de los hombres es que sus matrimonios no funcionan según el diseño de Dios. Así señaló uno de los veinticuatro hombres que entrevistamos para averiguar acerca de los problemas que la mayoría de los hombres consideran más relevantes:
«Parece como si necesitáramos oír por qué nuestros matrimonios están por encima de las demás prioridades de nuestra vida». Pero hay más. Los problemas con los que la mayoría de las parejas luchan durante su primer año de matrimonio son, gradualmente, los mismos con los que seguirán luchando cinco, diez o veinte años después.
¿Y tú? Si pudieras mirar en una bola de cristal y ver cómo será tu matrimonio dentro de diez o veinte años, ¿cómo crees que será si sigues tu rumbo actual?
Te tengo excelentes noticias. La oportunidad número uno para la mayoría de los hombres casados es cómo unas sorprendentemente pocas, pero estratégicas, correcciones de rumbo pueden alterar de manera dramática el destino de tu matrimonio en diez o veinte años.
Tal vez estés recién casado, quizás lleves muchos años de casado, es posible que te hayas divorciado, a lo mejor estás pensando en casarte o divorciarte, o podrías estar separado. Cualquiera que sea tu situación personal, le ruego a Dios que utilice esta reflexión con el fin de darte una perspectiva fresca y optimista para con tu esposa y tu matrimonio.
Por qué se casan los hombres
Muchos han tratado de explicar por qué se casan los hombres, pero nunca he visto una explicación más concisa que esta:
Dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
Génesis 2:18
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Génesis 2:24
A los hombres no nos gusta estar solos. Es parte de nuestra naturaleza. Y necesitamos ayuda. Es parte de nuestra naturaleza. Así que Dios creó a las mujeres e instituyó el milagro del matrimonio.
El matrimonio es la fusión hermosa y misteriosa entre un hombre y una mujer en lo que la Biblia denomina en forma enigmática «una sola carne». Para aquellos a quienes Dios llama a casarse o a casarse de nuevo, el matrimonio es la torre Eiffel de las relaciones humanas, elevándose majestuosamente por sobre cualquier otra relación.
Desarrollar tu matrimonio a la manera de Dios significa que puedes ser el mejor amigo de tu esposa y ella tu mejor amiga. El punto de partida es entender cómo ella procesa las cosas en forma diferente a ti, y por qué.
El amor sacrificial es tu papel principal
Los padres de mi esposa, June y Ed, se mudaron a la ciudad donde vivimos. Mi suegro y yo nos convertimos en compañeros semanales de almuerzo y mejores amigos durante los últimos siete años de su vida.
Poco después de mudarse aquí, mi suegra debió trasladarse en forma permanente al centro de cuidados de su comunidad de jubilados. Ed convirtió su apartamento en un campamento. Dormía allí, pero pasaba gran parte del día en la alcoba de su esposa. Por su parte, ella decía: «Solo quiero estar con Ed».
June era la máxima prioridad de Ed, y por eso eran los mejores amigos. Cuando las sombras del atardecer los cobijaban, lo único que anhelaban de veras era estar juntos. ¿Puedo decir eso otra vez? Cuando las sombras del atardecer los cobijaban, lo único que anhelaban de veras era estar juntos.
El amor de Ed ilustra la instrucción principal, más prolongada, casi única y sin duda más distinguida que la Biblia ofrece a un hombre en cuanto a su función como esposo:
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.
Efesios 5:25-32
La forma en que Jesús ama a su esposa es el modelo de cómo debemos amar a nuestras esposas. Fíjate en la exhortación a amar de modo sacrificial a tu esposa así como («igual a» o «del mismo modo») que Jesús amó a su Iglesia (el cuerpo de Cristo) y se entregó por ella. La Iglesia significa todo para Jesús. No le ocultó nada. Sacrificó todo lo que tenía por servirle. Se dispuso a morir por ella. En resumen, su esposa fue su prioridad principal, y eso es lo que las Escrituras quieren que imitemos: Después de Dios, pero antes que todo lo demás, haz de tu esposa tu máxima prioridad.
He escrito tres libros sobre el matrimonio y capítulos sobre el tema en otros libros que contienen cientos de ideas matrimoniales. Francamente creo, y esta es la gran idea para este texto, que la mayoría de los problemas en el matrimonio desaparecerían si tan solo les habláramos a nuestras esposas con la misma benignidad, cortesía, planificación y respeto con que les hablamos a nuestros compañeros de trabajo.
Dicho esto, he aquí algunas ideas prácticas que te ayudarán a hacer exactamente eso: adoptar la mentalidad del 70%, orar por y con tu esposa, hacer depósitos en su cuenta bancaria emocional y convertirla en tu mejor amiga. Haz esto y estarás en tu camino de hacer de tu esposa tu máxima prioridad. Y por la gracia de Dios, una esposa que un día, dentro de algún tiempo, podría decir: «Solo quiero estar contigo».
Mentalidad del 70%
La mayoría de las personas concordarían en que Billy Graham fue uno de los hombres cristianos más ejemplares que han caminado sobre la faz del planeta. Pero su esposa, Ruth, bromeó en cierta ocasión: «Nunca he pensado en divorciarme, en asesinato sí, pero nunca en divorciarme». Ni siquiera Billy Graham tuvo un matrimonio «perfecto».
Tendrás días tipo Billy Graham.
¿De dónde viene la desilusión marital? En algún momento de la relación tienes expectativas de tu esposa que no se cumplen: apariencia, nivel de esfuerzo, sexo, etc. Y para ser realistas, algunos días sientes que vas a explotar. «¡No puedo creer que yo haya sido tan estúpido para casarme con esta mujer!» o «¿En qué estaba pensando?».
Por supuesto, esos son casos extremos, pero todos tenemos esa clase de días. Desde luego, tu esposa también los tiene. ¿Cómo evitamos que unas cuantas desilusiones arruinen algo que por lo demás es bueno?
Como regla general, todas las desilusiones son el resultado de expectativas incumplidas. Por ejemplo, supón que recibiste un bono de $1000. Si creías que ibas a recibir $500, estarías feliz. Pero te desilusionarías terriblemente si hubieras esperado $2.000. La bonificación fue de $1.000 de todos modos. La única diferencia es lo que esperabas.
Por tanto, mi primera sugerencia para ayudarte a hacer de tu esposa tu máxima prioridad es ajustar tus expectativas. Si estableces expectativas realistas, no sentirás que estás recibiendo «menos» de lo que esperabas de ella. ¿Qué es entonces lo realista?
Edwin Friedman, experto en sistemas familiares, manifestó: «En realidad, ningún matrimonio humano obtiene una calificación superior al 70%». Lo que él quiso decir es que lo normal es funcionar al 70% del potencial.
Hagamos un experimento mental. Si calculas el 70% de siete días, te da 4.9. Llamémoslo cinco de siete días. En un matrimonio y sistema familiar «normales», experimentarás satisfacción marital durante cinco de siete días. Pero es probable que en un par de días a la semana el estado de ánimo no sea el adecuado: cambios de humor, problemas laborales, presión económica, estrés por los hijos. En otras palabras, hasta el matrimonio más exitoso únicamente estará libre de síntomas alrededor del 70% del tiempo.
Tanto mi esposa como yo creemos que nuestro matrimonio es excelente. Al descubrir por primera vez esta regla del 70%, le pedí que leyera esto en el libro. Ella lo hizo y, sin levantar la mirada, declaró definitivamente: «Me parece bastante bien».
Hemos adoptado «la mentalidad del 70%», y los dos descubrimos que reducir nuestras expectativas mutuas ha aumentado nuestra satisfacción marital. Ahora solo quiero asesinarla un día a la semana en lugar de dos (¡estoy bromeando!).
Podrías estar preguntándote: ¿Es eso lo mejor que se consigue? Pero un pensamiento más acertado sería: ¡Vaya, tal vez mi matrimonio sea mejor de lo que creía! Si te concentras en este 70%, creo que con el tiempo te sentirás animado.
¿Por qué solo el 70%? Es por la caída. Nos vemos a través del velo de nuestras naturalezas pecaminosas. Se necesita gracia para hacer que un matrimonio funcione. Ninguna persona es ideal. Nuestras esposas pueden ser controladoras, negligentes, testarudas, malhumoradas, inexpresivas, desagradecidas, etc., etc.
Nosotros también podemos ser así.
La manera principal en que he puesto personalmente en práctica «la mentalidad del 70%» es repitiendo una frase por la que he pagado un enorme precio. Pero antes de decírtela, permíteme decirte cómo se me ocurrió.
Un día mi esposa me sorpresivamente: «Me siento insegura contigo». Quedé devastado, pero yo sabía la razón. Durante algunos años la había presionado mucho para que hiciera más ejercicio, uno de mis valores personales. Ella tomaba mis repetidas «motivaciones» como punzadas que la hacían sentir que no era lo suficientemente buena para mí tal como era. Esa presión le hizo sentir que debía cumplir… que mi amor por ella estaba condicionado.
Cuando me dijo eso, imaginé que podía disculparme, dejar de presionarla y que eso sería todo. Así que eso fue lo que hice. Pero para mi total sorpresa, ella no respondió. Es más, pasaron tres largos años hasta que un día declaró: «Otra vez me siento segura contigo». Durante esos años, el Señor me reveló en varias ocasiones mi naturaleza pecaminosa. Me arrepentí por presionarla y también por suponer que podía solucionar las cosas de la noche a la mañana. Y ahora, he aquí la frase que se me ocurrió durante esos tres largos años: «Yo te dejo ser tú y tú me dejas ser yo».
Hoy día, después de muchos años de repetición, esto es simplemente parte de quiénes somos… los dos. Es un hábito. Es parte de mi forma de ver el mundo. Un principio guía. Inténtalo. Es una manera fácil de recordar cómo manejar tus expectativas.
Adoptar la mentalidad del 70% es la primera sugerencia para hacer de tu esposa tu máxima prioridad después de Dios.
La segunda sugerencia es orar por y con ella.
Sé el mejor amigo de tu esposa
Una vez realicé una encuesta entre las esposas de los hombres en nuestro estudio bíblico, para averiguar cuáles creían ellas que eran los problemas más importantes que enfrentaban sus matrimonios. La primera respuesta fue: «No pasamos suficiente tiempo juntos». Muchas también respondieron: «Cuando estamos juntos, desearía que nuestra conversación fuera más significativa».
Tiempo y conversación; estos eran los dos temas principales en las mentes de las esposas de nuestros hombres. Quizás el mayor depósito de todos, el que más indica que deseas amar de manera sacrificial a tu esposa, que quieres hacer de ella tu máxima prioridad después de Dios, es simplemente decir: «Quiero ser el mejor amigo de mi esposa».
Esto me sucedió cuando cumplimos trece años de casados. Teníamos dos hijos maravillosos, una casa hermosa, el trabajo soñado. Todo debería haber sido fabuloso. Pero no lo era. Esto me confundió. Nuestro matrimonio era bueno. Pero como no era malo, me había engañado creyendo que era mejor de lo que en realidad era. Simplemente no teníamos rumbo.
Un día recuerdo haber orado: «Dios, ¿qué ha ocurrido aquí? Recuerdo la primera vez que vi a esa mujer caminando por la calle y mi corazón me palpitó tan fuerte que sentí que se me iba a salir del pecho. Recuerdo cómo me temblaban las rodillas y sentí que se me iban a doblar las piernas. Señor, ¡deseo volver a sentir eso! Quiero volver a tener esa sensación. ¿Qué puedo hacer?».
Dios me habló. En los días siguientes pensé: ¿Por qué no haces que Patsy sea tu mejor amiga?
Exclamé: «¡Lo haré, Señor! Pero tengo un problema. No tengo idea de cómo hacerlo».
Después de orar durante un par de semanas más, un día se me ocurrió la idea:
Una vez que los niños se levanten de la mesa y se vayan a hacer sus deberes, ¿por qué no me quedo con ella en la mesa durante unos veinte minutos y tan solo conversamos? Escucharé sin responder demasiado rápido. Simplemente conversaremos, pero no sobre el balance de la chequera familiar, ni sobre asuntos familiares, sino sobre cómo conocer o volver a conocer a esta frágil flor que se me ha confiado, una mujer que desea intimidad, que es vulnerable y que me desea. ¿Por qué no paso ese tiempo con ella?
Eso es lo que hice, sin mencionar por qué. Empecé a quedarme en la mesa por veinte minutos más después de la cena. ¿Y sabes qué sucedió? Ella permaneció conmigo.
Algunos meses más tarde, un día llegué del trabajo a casa y ella me había comprado un regalo: una placa pequeña. La tengo en mi escritorio. Ahora mismo la estoy mirando. Dice así: «Felicidad es estar casada con tu mejor amigo».
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Este texto es solo una parte del libro El hombre cristiano (capítulo 4), del respetadísimo autor y experto Patrick Morley. Descubre más información y poderosas respuestas para los temas que, como hombre, más te importan, además de descargar algunas páginas de este impactante libro. Haz clic aquí.
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